1873, españoles en la Exposición Universal de Viena
En 1873, una Austria que se reafirmaba frente a la Alemania recién unificada, organizó una Exposición Universal en el parque vienés del Prater.
En ese año a España se le acumulaban los problemas: afrontaba la Primera Guerra de Cuba, se sumía en la Tercera Guerra Carlista, se fragmentaba en incontables cantones, y en nueve meses la Primera República llegaba a su cuarto presidente. Según un cronista español en Viena, “España ha tenido una exposición que la alejaba de todas las exposiciones posibles. Para exposiciones, la suya”.
La muestra de arquitectura neomudéjar de ladrillo que España envió a Viena se construyó con tableros y no sobrevivió a las primeras lluvias, pero algunos empresarios musicales sí obtuvieron reconocimiento: el editor de música Antonio Romero y su sistema de clarinete, por ejemplo.
La música lo inundaba todo
Lo primero que asombró a los españoles que visitaron la Exposición fue que a las diez de la noche se apagaran las luces y se hiciera el silencio. Lo siguiente era que, ciertamente, la música lo inundaba todo.
La joven Emilia Pardo Bazán quedó tocada por El holandés errante que escuchó en Viena aquel verano, y las crónicas periodísticas suscitaron debates en el Ateneo de Madrid sobre la conveniencia de incluir a Wagner en los programas escolares. Pero la afición a Wagner tardó todavía años en cuajar en Madrid.
En Viena sonaban valses, polcas, operetas y óperas, y en Madrid pasodobles, pasacalles y zarzuelas.
En Austria, la música de mayor ambición artística convivía armoniosamente con la de carácter ligero y desenvuelto, mientras que en España, y particularmente en Madrid, la zarzuela grande y el género chico lo dominaban todo con su aire popular y desenfadado.
El sinfonismo madrileño era entonces muy modesto, comparado con el vienés, y solo estaba representado por la orquesta de la Sociedad de Conciertos fundada por Barbieri.
La larga duración de las funciones, los complicados decorados y el alto precio de las entradas, alejaban al público de Madrid de la ópera italiana representada en el Teatro Real, e incluso de la gran zarzuela: la crisis arruinaba a los empresarios. El “teatro por horas” https://es.wikipedia.org/wiki/Teatro_por_horasy el acortamiento de las obras, con un solo acto y un decorado, serían la solución. Aquel 1873 se inauguró en la calle de Alcalá el Teatro Apolo, que iba a convertirse en la “catedral” del género chico.
1879, una oscura archiduquesa austriaca llega a Madrid
Tanto Austria como España participaban de la fiebre de inversiones ferroviarias que impulsó la revolución industrial en Europa, y compartían otras muchas cosas: ambos eran viejos imperios moribundos (el nuestro, en la cuneta de la Historia desde hacía muchas décadas), ambos heterogéneos y frágiles, los dos coincidentes en su retraso económico y su falta de dinamismo.
Viena-Madrid era un viaje que ya podía realizarse en pocos días de tren, cuando en 1879 una oscura archiduquesa austriaca, María Cristina de Habsburgo, vino a Madrid a casarse con el viudo Alfonso XII. La Restauración de la monarquía había puesto fin al Sexenio Revolucionario español (1868-1874).
La gente se afanaba en disfrutar de la vida
Un profundo pesimismo pesaba en ambas sociedades, aunque aún no podían saber que una se encaminaba al desastre de 1898 y la guerra de Marruecos, y la otra a la I Guerra Mundial y la desintegración. Quizá precisamente por eso, en las dos capitales la gente se afanaba en disfrutar de la vida llenando los cafés, los bailes, los jardines y los teatros.
Doña Virtudes inspira a Chueca
Entre tanto, María Cristina de Habsburgo, viuda del juerguista Alfonso XII, se había convertido en Regente de España (1885-1902) y era apodada maliciosamente “Doña Virtudes”, apelativo muy zarzuelero que se burlaba de su beatería y su carácter timorato. Aquel 1885 se inauguraba en el Paseo del Prado el Teatro Felipe donde el año siguiente Chueca estrenaría La Gran Vía, en la que se incluye un “tango de Doña Virtudes”.
…y Johann Strauss le dedica una marcha
Johann Strauss se acordó de su regia compatriota en España, dedicándole desde Viena la Spanischer Marsch, op.433 (1888), compuesta pocos años después de su Matador, op.406, también de inspiración hispana.
Doña Juanita, de Zarzuela a Opereta
Por entonces, algunos colegas vieneses ya habían abordado obras de supuesto ambiente español. Es el caso de Franz von Suppé, el único capaz de rivalizar en popularidad con Strauss, y su opereta Donna Juanita (Viena, 1880). Convertida en zarzuela en tres actos se estrenó en España como Doña Juanita (Barcelona, 1884) . Rejuvenecida en Viena por Eduard Strauss en los Juanita Walzer op.190, y Juanita Quadrille op.191, resucitó en Madrid transmutada en la opereta en un acto La alegre doña Juanita (1910).
El argumento de esta opereta es un cruce de Carmen y una comedia de enredo, en el que actores adultos disfrazados de niños protagonizan inexplicables amoríos. No es extraño que Freud buscara en el psicoanálisis explicaciones a fenómenos como el éxito de Donna Juanita. Un Freud que, por aquellos años, aprendía español de forma autodidacta en Viena y usaba como seudónimo el nombre de uno de los protagonistas de El coloquio de los perros de su admirado Cervantes.
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